LA DESPEDIDA Porque hasta los más incrédulos colmaron su pasión.
- El Mortero
- 4 jun 2018
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 6 jun 2018

Para muchos, las despedidas son sinónimo de tristeza, pero hoy las barras oficiales de nuestra selección lo han convertido en alegría. Los dirigidos por Gareca harán su último partido en tierras peruanas, antes de partir e ir rumbo a conquistar el sueño de muchos peruanos. Las barras arman su concentración acompañados de bandoleras que flamean por los aires, alistan los instrumentos cual si fueran a recitar las últimas estrofas de un magno concierto, preparan las gargantas porque saben que el partido en las tribunas no será nada fácil, más un mosaico es la sorpresa que tienen para la ‘sele’. Sus puntos de concentración son: el parque Kennedy, Campo de Marte y afueras del Estadio Nacional.
La hinchada también juega su partido. Mientras, La Blanquirroja, se encarga de ponerle color a las calles limeñas; La Franja y Sentimiento Blanquirrojo se juntan en el parque Washington para calentar las voces e ir directo a la casa de selección peruana a armar la jarana. Luis, Diego y Juan se encargan de todo eso. Es el último partido y todo tiene que quedar como lo han planeado. Quieren que el estadio sea una verdadera caldera y su voz llegue hasta Rusia donde anhelan llegar a alentar.
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Masoquistas los llaman. Dejan el alma los más de 90 minutos de cada partido. Son el ejemplo a carta cabal de la palabra lealtad. Juegan su partido al ritmo de cánticos. Hacen cantar y vibrar a los más de 30 mil hinchas que llenan el coloso Estadio Nacional. La Blanquirroja, La Franja y Sentimiento Blanquirrojo, barras oficiales de la selección, forman la fiesta en las calles y las tribunas, para que la selección peruana de fútbol sienta todo el apoyo y se concentre solo en jugar. Ellos conforman la voz de más de 30 millones de peruanos.
Luis Pinillo, comanda la barra ‘La Blanquirroja’; Diego Alatrista, ‘La Franja’ y Juan Pimentel, ‘Sentimiento Blanquirrojo’. Son quienes guían a los miles de fieles con destino al santuario que hoy, por fin, escuchó sus plegarias y les regala una sonrisa infinita: llenarán el estadio Nacional para despedir a la selección de su último partido en casa antes de iniciar el mundial Rusia 2018.
“Tienes que dejarlo todo en la tribuna”, es lo que recalcan. Se sienten jugadores, sienten la camiseta. Su religión es seguir a la selección a donde vayan. Se quedan sin piernas de tanto saltar, sin voz de tanto alentar, pero con la satisfacción de que entregan todo de sí por aquellos que dejan hasta la última gota de sudor por nuestra bendita camiseta nacional.
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Muchos de los fervientes seguidores nacieron en la época de los 90’s, conforman esa gran multitud de jóvenes que tuvieron el infortunio de crecer sin ver a Perú en un mundial. Se han enamorado, también desenamorado; han llorado, también reído; han rezado, también maldecido. Más hoy, todo es alegría. Desborde de alegría, tanto como para confiar en las cábalas del profesor Gareca. Los entendidos dicen que es un hombre de mucha fe. Tanto así que se animó a dirigirnos cuando nadie liaba una peseta por nuestra selección.
Saltan, bailan, cantan, parecen niños tratando de buscar diversión en un parque. Perdón, en estos momentos todos somos unos infantes. Pregúntenle a Teodoro, uno de los pequeños que entró a la cancha, si no es un anhelo cumplido el poder tocar a Farfán, Cueva, Carrillo o Gallese. Y porque no, mejor aún, le preguntan a aquellos que tienen más de tres décadas sobre las espaldas y ya habían perdido la ilusión.
“Como no te voy a querer si eres mi Perú querido, el país bendito que mi vio nacer”, pronuncia a viva voz un iracundo inquilino del rejuvenecido Estadio Nacional. Cánticos como este demuestran su pasión y amor por esta selección. Hoy todos viven con el corazón en la mano y las ansias que llegue ya el primer partido del mundial.
Las barras demuestran que no necesitan ser un jugador para sobresalir, con el aliento y el aguante, se ganan el respeto de muchos.
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